
Crítica

El grito de Adel Abdessemed
Adel Abdessemed nació en Constantine, Argelia, en 1971, pero creció en el pueblo bereber de Batna, donde estudió arte desde los dieciséis años.
Ingresó en el l´Ecole des Beaux-Arts en Argel en 1990 en medio de una creciente agitación terrorista. El director de la escuela y su hijo fueron asesinados. Abdessemed huyó a Francia. En l´Ecole des Beaux-Arts en Lyon continuó sus estudios de arte. En 1996, no pudo volver a su país para asistir a la boda de su hermana. Creo Exit, una señal de neón que leía exil, numerosas versiones de la cual aparecieron en la Bienal de Venecia de 2007. Después ha vivido en París, Nueva York, Berlín y París otra vez, donde reside en la actualidad desde hace tres años. El año pasado presentó Je suis innocent en Centre Pompidou. Le Vase Abominable se mostró en la galería londinense David Zwirner del 22 de febrero al 30 de marzo.
Todos mis trabajos son autobiográficos
Adel Abdessemed

Arriba del todo hay un jarrón, a la izquierda y sobre la pared se lee Le Vase Abominable. No se sabe por qué es “abominable” el jarrón. Debe serlo, y mucho, porque está sobre un artefacto de terracota gigante, una bomba que parece a punto de estallar, de hecho lo hará en 3:45:28, 27, 26…

En la siguiente sala hay más jarrones, esta vez, sobre pedestales que sobresalen de la pared, a la derecha, a la altura de los ojos. Cinco jarrones –¿“abominables”?- de idéntica forma, pero diferentes. Cada uno de un material: oro, resina, goma, arcilla y sal. La sustancia cobra protagonismo, la transmutación de la materia como signo de la alquimia. La sal de la vida, el ser. Si la sal se vuelve insípida…


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